La vacunación masiva que avanza en la provincia y el país, después de sortear numerosos escollos, traspiés y demoras, se presenta como la manera más eficaz de generar las condiciones para ingresar a una “nueva normalidad” e ir superando la pandemia de Covid 19. No hay otra manera conocida por el momento. Es una medida clave antes de la llegada de una temida tercera ola, como la de la variante Delta.
Santiago del Estero ya tiene vacunada a la mitad de su población con al menos una dosis y busca completar las dos dosis, que hasta ahora había recibido un bajo porcentaje. Los operativos se multiplican y son frenéticos, y, afortunadamente, gran parte de los santiagueños acude masivamente pese a las noticias falsas y las campañas mediáticas en contra.
Lamentablemente una parte de las víctimas fatales que causa la pandemia son argentinos que se negaron a vacunarse, sobre todo con la llegada de cepas contagiosas y más dañinas como la Manaos. El país ya está al borde de los 100.000 fallecidos. Pero a diario se siembra la desconfianza sobre las vacunas desde ciertos púlpitos mediáticos, con una clara intencionalidad ideológica y económica.
Es cierto que las vacunas se desarrollaron en meses, cuando los protocolos usualmente llevaban años, pero hasta ahora no causaron los efectos secundarios y la mortandad que pregonaban los “antivacunas”. Con mayor o menor efectividad o con más o menos efectos colaterales, nada se compara con los efectos devastadores del virus en los humanos, sobre todo aquellos con patologías previas y mayor riesgo de perecer. Los casos de fallecidos con dos dosis son ínfimos, e incluso explicables por las comorbilidades o porque la protección de sistema inmune no se había desarrollado cuando se contagiaron. Las vacunas han demostrado su eficacia para morigerar los síntomas del coronavirus; no evitan contagios, pero dotan al sistema inmunológico de una mejor defensa. Y, por ello, pueden salvar muchas vidas.
No vacunarse y apelar a una “inmunidad de rebaño” donde “todos nos vamos a contagiar en algún momento” es dejar librada a una gran parte de la población a la posibilidad de morir. Un darwinismo social, donde sólo los más fuertes sobrevivirán.
En muchos lugares de la Argentina una parte significativa de la población resultó “infoxicada” por esas campañas: el ejemplo más cercano es Suncho Corral, donde su intendenta y el director del hospital admitieron que cerca del 50% no se presentó a recibir las vacunas durante una campaña el mes pasado. Y no es casual que los contagios hayan trepado ubicándola entre las ciudades con mayores cifras de contagios, detrás de Termas de Río Hondo (que tiene un alto porcentaje de migración interna por trabajo temporal) y, Capital y La Banda (que concentran la mayor población y circulación de la provincia).
Pero el mensaje de temor y duda sembrado por muchos comunicadores se viraliza, lo que la Organización Mundial de la Salud denomina “infodemia”, la otra pandemia de falsedades. También los llamados “Médicos por la Verdad”, que pese a su formación pregonan el temor y una ilusoria protección con elementos tóxicos como el dióxido de cloro, sustancia usada como desinfectante industrial y que está emparentada con la lavandina. Incluso la justicia investiga algunas muertes vinculadas a la ingesta de ese peligroso elemento. Esos médicos y hasta los periodistas que impulsan a consumir sustancias peligrosas, llaman a no vacunarse y difunden falsedades ya fueron denunciados.
Es cierto que existe un negocio multimillonario de los laboratorios detrás del desarrollo de vacunas, por eso numerosos referentes mundiales impulsan la liberación de patentes para que las naciones puedan producir sus propias vacunas, sin pagar los onerosos costos por derechos de estas multinacionales que lucran como nunca antes en la Historia. Esa debería ser la lucha de los gobernantes por lograr multiplicar la producción local y romper con la fuerte concentración de las farmacéuticas, beneficiadas con estudios financiados por los Estados. También hay que decir que las campañas de vacunación no deben ser utilizadas como una forma de propaganda electoral, por respeto a aquellos contagiados y muertos sin llegar a tener esa chance. Pese a cualquier crítica, la vacunación es la mejor arma para prevenir la evolución de nuevas cepas y procurar retornar lentamente a la reactivación de economías arruinadas por la pandemia.