Los diagnósticos cegados acerca del origen de la pandemia y un supuesto plan para establecer un “nuevo orden mundial” a partir de teorías conspiranoicas parecen haber quedado al margen de la “nueva” normalidad global. El mundo atraviesa por una etapa nueva dentro de un plan general bastante entrado en años pero que avizora un futuro distinto. El siglo XXI será el ciclo de una lucha que se centra en lo que hemos dado en llamar “El siglo de las cuatro llaves”. Mientras tanto, en la “otra liga”, América Latina resiste.
Ya tenemos algunas certezas. No habrá tercera guerra mundial, al menos del modo tradicional tal como lo hemos concebido, a pesar de los incontables incidentes en Oriente Medio y algunos desaguisados en materia conflictual entre “los grandes”. Dicho esto, el reordenamiento global dejará algunas novedades que han sido aceleradas y profundizadas por la pandemia como, por ejemplo, China girando en torno a posicionarse como la nueva potencia hegemónica junto a un grupo de países girando a su alrededor, dominando varios aspectos. Todo ello dejando atrás el dominio exclusivo que Estados Unidos lleva al menos desde la finalización de la segunda guerra mundial. Mientras tanto, no existen planes para el continente africano y América Latina intenta salir de la trampa neoliberal buscando su definitiva emancipación.
A pesar de la pandemia, desde la contienda electoral de 2020 donde cayó Trump, se han alejado algunos fantasmas que varios líderes reaccionarios utilizaban para actuar en espejo. Lo más importante aquí es que sin Trump, todo lo que se mueve alrededor del aura de Biden parece tener un tinte progresista. Aunque todavía queda mucho para establecer tal supuesto como una verdad, lo cierto es que el comienzo de la nueva era demócrata ha servido para reactivar los círculos de poder mundial desactivados por el trumpismo. Entonces pasamos del fallido “American First” hacia una diplomacia tradicional donde el régimen yanqui intenta retomar la iniciativa y se contagia de los factores multipolares que identifican al mundo de hoy.
Las primeras movidas diplomáticas de la esperada pospandemia en materia global han surgido a partir de la reunión del G7, foro en el cual los países más poderosos en materia industrial se reúnen a diagramar políticas de corto y largo alcance. En el evento congresal, uno de los temas predominantes ha sido la donación del sobrante de vacunas para sopesar la escandalosa repartija de estos insumos vitales entre los países más importantes, mientras el resto de la población mundial espera de manera desesperada ingresar una que otra dosis en sus territorios para intentar apaciguar el temblor sanitario, por lo tanto económico-social, en sus países.
En resumen, una reunión con muchas luces y sonrisas pero con gusto a poco, si pensamos que en los primeros tramos se estableció una suerte de pánico generalizado donde todos posaban sus miradas en la reacción estatal en detrimento del papel fundamental que actualmente se le asignan a los mercados para salvar el sistema. Tal papel caritativo de las grandes naciones en su rol de donantes de vacunas, más por culpa que por solidaridad hacia sus pares, también tiene un matiz de supervivencia. Es que saben que se trata de una medida que tiende a la eficiencia económica y a tratar de achicar los tiempos de lo que queda de la pandemia.
Es decir, mientras sigamos atascados en la economía neoliberal del desastre, donde se salvan unos pocos, también la aplicación de vacunas de manera selectiva, le servirá a pocos. De hecho, la reactivación de los mercados mundiales depende de un reavivamiento de todos los circuitos económicos, y eso no va a suceder mientras un puñado de países privilegiados siga negando las consecuencias económicas y sociales de la pandemia al resto de los países en desarrollo. Eso lo saben los principales mandatarios y actúan de manera refleja, no porque piensen en el conjunto de la humanidad, sino porque lo que viene puede ser aún peor que el derrumbamiento de 2008.
Por supuesto que para entender el mundo de hoy, en cuanto a la reorganización global, faltan mencionarse dos actores claves en la geopolítica actual: Rusia y China. En cuanto a la Federación Rusa, su mandamás Vladimir Putin había entrado a escena de manera contundente para “resolver la pandemia” luego de la discutida -pero exitosa- inmersión de la vacuna Sputnik V. Meses después, en la “reinauguración” del juego global, hace presentación de manera conjunta con el nuevo inquilino de la Casa Blanca Joe Biden, nada menos que para retomar la agenda militar y nuclear, en clave de tregua.
Por su parte, Biden, se esmera en mostrar algunos ingredientes novedosos en la política estadounidense, que constituyen verdaderos guiños a la futura reactivación económica del imperio, un gigante que ha tenido un andar entre algodones ante el estrepitoso colapso de la economía en la gestión trumpista y un déficit alarmante en la gestión imperial, donde claramente se comporta muchas veces como un ex-imperio ante el rol protagónico de los bloques económicos que transitan por la nueva Ruta de la Seda y amenazan la hegemonía yanqui.
Algunos acuerdos mínimos que insinúan un cierto periodo de normalidad entre estas dos naciones -de impacto mundial, claro- buscan sacar el foco del conflicto, con un armisticio basado en el relanzamiento de la convención sobre misiles de corto y largo alcance (el histórico tratado INF de Reagan y Gorbachov), la gestión de las ojivas nucleares, el tratado de cielos abiertos, el control de los ciberataques y puntos conflictivos pero estratégicos como Crimea o Ucrania.
Pero no podemos entender el desplazamiento de las placas tectónicas sin otro factor clave: China. A poco de celebrar un nuevo aniversario del Partido Comunista, el gigante asiático se muestra como uno de los pocos países estables, una nación que ha sabido sobrellevar la pandemia y sus consecuencias, con una recuperación asombrosa de los números económicos, con acumulación de reservas de divisas, de metales y de recursos estratégicos como el petróleo. Todos estos elementos le permiten a Xi Xinping pensar en el diseño de un país con mucho futuro y también presente. Es que, más allá de las operaciones de Washington acerca del origen de la pandemia y supuestos complots previos que habrían apuntado a un aceleramiento en las tensiones entre ambos países, lo cierto es que China se perfila como el gran candidato a ganar la batalla de la pospandemia.
Para entender el mundo de hoy, más allá de los factores históricos y los legados, resulta clave realizar varias definiciones: a pesar de lo dicho respecto a la reunión del G-2 (Estados Unidos y Rusia), el siglo XXI no se juega exclusivamente en el terreno militar y nuclear (llave uno), sino que entran a tallar otras llaves que pasan por una diplomacia de nichos, una diplomacia quirúrgica e inteligente (llave tres) y por supuesto en desplazar el elemento financiero hacia posiciones económicas más eficientes (llave dos). La financiarización del sistema neoliberal ha capturado las economías y las ha fragmentado para ponerlas en mano de unos pocos inescrupulosos que incluso atentan contra la salud el mismo sistema capitalista. Ya no tienen peso aquellas opiniones de los líderes mundiales que, por ejemplo en 2008, repartían loas al sistema capitalista y la máxima crítica era su falta de humanidad. Es decir, un capitalismo salvaje (pero más humano) habría de salvar el sistema luego del efecto de desplome de la burbuja inmobiliaria. No ocurrió.
Por último, un cuarto elemento (llave cuatro) que para nuestras sociedades tan golpeadas parece lejano y difícil de entender, es la llave tecnológica. Se retrata y sintetiza a partir del 5-G, pero entendemos que está en juego mucho más que una antena, una mejor señal de internet o un celular que funcione a gran velocidad. En esta llave se están jugando muchos secretos de la economía del futuro, la eficiencia a partir de la robótica y el papel clave que jugará la ciencia. Queda claro que el campo se encuentra dominado parcialmente por China y las reacciones (impotentes) de Occidente giran en torno a los bloqueos y las sanciones, pero sin duda es un factor clave para entender la nueva hegemonía mundial.
A mi parecer, tal como lo venimos diciendo hace más de una década, será China, aunque el mundo del futuro tendrá junto al gigante asiático a varios países satélites jugando en espejo, todo ello a partir de la inserción de cada uno de los elementos descriptos. Es decir, lo militar-nuclear, donde el dominio de la industria militar sirve a la vez como un dinamizador de un sector importante de las economías; lo económico-financiero, donde el Estado tiene un papel clave más allá de la actuación mercantil de los agentes económicos; la diplomacia, donde se legalizan los instrumentos y se articulan las relaciones de poder del “nuevo mundo”; y lo dicho, lo tecnológico y científico.
En materia global, será clave la relación de cada uno de estos actores con el resto de Europa y su posicionamiento respecto a nuestra América Latina. Sin embargo, lejos del glamour de las visitas y las reuniones de los grandes, en estas latitudes asistimos a reordenamientos políticos y sociales donde las grandes mayorías están pidiendo a gritos un cambio.
Así, vemos como ya se han plasmado algunos cambios a partir de las elecciones en Bolivia, las constituyentes en Chile, los movimientos políticos en Colombia, la victoria del profesor Pedro Castillo en Perú y los posicionamientos que están entregando las últimas encuestas en Brasil, donde Lula encabeza de manera indiscutida los primeros sondeos y ya se posiciona en torno a un eventual triunfo en primera vuelta del dirigente principal del PT brasileño. Salvo algunos países como Ecuador (donde la balanza de poder está equilibrada a pesar de la victoria del banquero Lasso) y Uruguay, donde Lacalle Pou parece quedar aislado a no ser por la coyuntural asociación con Bolsonaro, por ejemplo respecto a la peligrosa liberalización del Mercosur, el mapa político parece girar -aunque tímidamente- a la izquierda y mira con buenos ojos la emancipación de Washington.
En síntesis, lejos de los catastróficos diagnósticos acerca del origen de la pandemia y un supuesto plan para establecer un nuevo orden mundial, se observa que el mundo atraviesa por una etapa nueva. El siglo XXI recién comienza aunque la etapa pospandémica no termina de aparecer en su plenitud. El reordenamiento deberá aplacar las ansias expansionistas e imperiales de los grandes, para la propia supervivencia de aquello que llaman “sistema”. Mientras tanto, no existen planes para el continente africano y América Latina intenta salir de la trampa neoliberal buscando su definitiva emancipación.
Dr. Facundo Ruiz Frágola
Abogado – Especialista en Derecho Internacional Público e Integración Regional.